Roles de Género I. Tradición de los cuentos de Hadas
La mayoría de nuestros actos, de nuestras motivaciones, de nuestras pasiones, están apoyados en una larga historia. Historia que nuestros/as antepasados/as expresaron en imágenes míticas, en leyendas, en cuestos de hadas, en folklore y en sueños compartidos por poblaciones enteras.
En las tribus primitivas (y en algunas todavía existentes) es frecuente observar cómo un “jefe brujo” transmite a su pueblo sus experiencias místicas, sus sueños, y cómo éstos marcan el devenir de la comunidad. Historias de escasa credibilidad, que cumplen una función indispensable en la colectividad y que la guían para la consecución de sus fines.
En nuestros días y nuestras sociedades civilizadas, no estamos tan lejos de esas tribus, al menos en lo que a finalidades se refiere. Los cuentos de hadas y el folklore, retratan modos de comportamiento de poblaciones. En cada pueblo, en cada familia, se cuentan historias y anécdotas que constituyen el hilo conductor de la tradición. Éstas dan sentido de pertenencia, de identidad, nos guían en un determinado proceso de desarrollo, nos dicen cuáles son los valores de nuestra sociedad, los roles adscritos a cada género, cuál es nuestro origen y cuál debiera ser nuestra meta… En una palabra, nos “construyen”.
Mucho antes de que existiera una literatura escrita exclusivamente para niños/as, los cuentos populares, de hadas, se transmitían a través de la tradición oral y de generación en generación. Durante siglos, los cuentos eran contados entre personas adultas y para adultos/as, sólo que, de repetirse una y otra vez, llegaron también a la infancia. Ello se debió no sólo a la posibilidad que les brindaban de desarrollar su fantasía, sino también porque en su mayoría trataban de “realidades” que de un modo u otro, les tocaban de cerca. Así, los cuentos se transformaron en un gran tesoro para la infancia, incluso cuando aún no existía una literatura infantil propiamente dicha, y en épocas en las que la pedagogía, filosofía o psicología todavía desconocían su vital influencia.
Desde mucho antes de que se inventaran la tinta y el papel, la infancia se apoderó de los cuentos sencillos de la tradición oral no sólo porque les fascinaba su forma y contenido, sino también como una forma de defenderse de los/as adultos/as que los/as “ignoraban” como personas, con derecho a contar con una literatura accesible a su nivel lingüístico e intelectual.
No es casual que a partir del siglo XVII, cuando Charles Perrault y los hermanos Jacob y Wihelm Grimm compilaron los cuentos de la tradición oral, empezó a perfilarse la literatura propiamente infantil. Antes de este acontecimiento, todos los libros destinados a la infancia tenían un carácter didáctico y de moralización, mediante los cuales transmitían ideas elaboradas a imagen y semejanza de las personas adultas y las clases dominantes. Sin embargo, después del siglo XVIII, esta literatura didáctica y moralizadora perdió su influencia a favor de que las ideas sobre la infancia avanzaron paralelamente al desarrollo de las relaciones sociales.
El salto del feudalismo al capitalismo fue un proceso fundamental a favor de la literatura infantil, puesto que a medida que se transformaban las estructuras socioeconómicas, se transformaban también los cánones de la vida cultural y, por lo tanto, de la literatura en general. Los escritores del romanticismo no tardaron en sustituir la literatura que impartía conocimientos académicos y normas ético-morales, por una literatura fantástica y llena de códigos fascinantes, que estimulaban el desarrollo de la imaginación y la sensibilidad infantil.
Muchos de los cuentos de la tradición oral fueron modificados y adaptados para la infancia; unas veces se adaptó el contenido; otras veces se adaptó la forma, pero siempre tomando como base el desarrollo cognitivo de estas edades. Esto mismo ocurrió con las obras de los clásicos de la literatura universal, que no habiendo sido escritas exclusivamente para la infancia, fueron leídas por ésta una vez adaptadas en su forma y contenido
En el Siglo XX, se comprendió que la literatura forma parte de la vida de los niños y niñas desde temprana edad y es uno de los alimentos más preciosos para su psique, por lo que fueron muchos/as los/as autores/as que escribieron obras para ellos/as; es más, cada día con más frecuencia es fácil encontrar en las bibliotecas la literatura infantil no sólo clasificada según el género, sino también según la edad de los/as futuros/as lectores/as.
Siendo ésta una gran noticia, no podemos pasar por alto que muchos de estos cuentos tradicionales “ingenuos”, esconden un mensaje claramente diferenciador y “primitivo”, acorde en ocasiones con el momento histórico en que fueron escritos, pero que hoy por hoy todavía siguen teniendo vigencia y continúan trasmitiendo valores y roles muy discutibles. Modelos de hombres y mujeres que repiten esos mismos modelos de hombres y mujeres en los cuentos, y si los modelos sociales que le proponemos a nuestra descendencia no evolucionan, la sociedad seguirá ralentizando su avance hacia una humanidad más igualitaria.
La formación de las mujeres y hombres del futuro está en manos de todos/as, serán muchas las influencias, pero gran parte de las diferencias de género se inculcarán sobre los seis o siete primeros años de vida, época en la cual la influencia de los cuentos es crucial.
Desde muy pequeños/as, los niños/as buscan su lugar, buscan formar parte del grupo y qué mejor forma que repitiendo los modelos sociales de referencia e identificándose rápidamente como niños o niñas. A partir de este condicionamiento social, le proponemos a los/as más pequeños/as modelos de comportamiento que deben ir asumiendo y a la vez poniendo en práctica, para que se les reconozca como hombres y mujeres. Un ejemplo típico de las expectativas puestas en cada género es la tópica escena en la que una niña de unos ocho o nueve años ayuda en las tareas de la casa y se la refuerza diciendo “ya eres toda una mujercita”, haciéndose lo propio cuando un niño de la misma edad se va al fútbol con su padre.
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