Las otras llaves del deseo
En anteriores artículos hablamos de factores que impiden que podamos llevar una buena vida sexual: las expectativas de cómo deben ser los encuentros (de sobresaliente), de cómo debe fluir todo (como al principio de la relación) y en este señalaremos a otro gran enemigo de nuestra sexualidad, el que quizás más tiene que ver con la frecuencia con la que tenemos relaciones sexuales: Las expectativas sobre el deseo.
“Para tener un encuentro sexual hay que tener ganas, hay que tener deseo”… ¿¿Seguro??
Quizás alguno/a esté con los ojos como platos de que cuestionemos esta idea. Obviamente sería extraño tener una relación en la que no haya en absoluto deseo ni ganas del encuentro. Lo que vamos a cuestionar es que esas ganas tengan que estar previamente, y sean necesariamente el motor para embarcarnos en una relación.
Los primeros modelos que intentaban explicar la sexualidad humana eran muy lineales, y de alguna forma y pese a que han ido cambiando y evolucionando, están tan arraigados que ya forman parte de nuestra visión cultural de la sexualidad y se han convertido en esquemas rígidos e inamovibles. El orden o la idea que tenemos interiorizada es que, para tener un encuentro, tienes que sentir ese deseo o ganas de que pase algo sexual, sentir un impulso, un chispazo y a partir de ahí comenzará la excitación y, si esta es buena y continúa, se llegará al orgasmo, (ella puede que más de uno), él eyacula, periodo de resolución y los dos contentos. Hasta aquí la mayoría dirá, “es que es así.”. No lo es, o no tiene por qué serlo, y ¡Aleluya que no sea así! porque muchas personas notan ese impulso o chispazo de “higos a brevas” y estarían condenadas a tener una vida sexual de lo más escasa si se rigieran por ello.
La doctora Rosemary Basson, hace ya décadas presentó unos trabajos que desmontaban esta idea lineal de cómo funcionamos sexualmente (deseo-excitación). Desde su experiencia en la práctica clínica, concluyó en sus estudios que más del 50% de las mujeres con una sexualidad satisfactoria nunca o rara vez piensan en el sexo o tienen esas ganas previas que ven en sus parejas masculinas. Estas mujeres, una vez la relación ya está instaurada y no es novedosa, comienzan sus relaciones sin tener deseo, y éste se activa posteriormente en ese proceso de intimidad que se crea.
En este esquema que propone, se da más importancia a favorecer un proceso de intimidad, una interacción positiva de la pareja, que puede ser de distinta naturaleza: una buena comunicación, momento de afectividad, de confianza, compromiso, admiración, o cercanía física, donde se propicia una primera estimulación que puede primero generar algo de excitación y ésta a su vez propicia que se active el deseo, y esta respuesta satisfactoria refuerza más esa experiencia de intimidad y se cierra el círculo. Es decir, que muchas mujeres para iniciar o estar receptivas a un encuentro, no sienten un impulso, un deseo sexual, sino que desde un estado digamos “neutro”, se involucran en un encuentro, motivadas por las ganas de expresar o recibir cariño, ternura, por sentirse más cerca emocional y físicamente de su pareja, compartir unas caricias placenteras, complacer a la pareja, o invertir en la intimidad que tan descuidada queda a veces con este ritmo de vida, demostrar su amor, o sentirse amadas, deseadas, etc.
Y entonces, ¿qué pasa con este modelo lineal que dice que hay que sentir esas ganas o chispazo para poder tener un encuentro satisfactorio? Pues que debemos descartarlo ¡ya! Entre otras razones, porque hay poquitas mujeres que encajen ahí.
Este modelo no lineal es más flexible; puedes no tener ganas y sin embargo no rehuir la intimidad, o incluso buscar estar un ratito muy a gusto con tu pareja, abierta a lo que surja, y que de algo tierno, de un momento de calidad de pareja, de sentirte muy bien (atendida, querida, deseada, admirada…) se comience alguna estimulación, un poquito de juego, y surja algo de excitación y después (no antes), aparezcan unas ganas (que no estaban) y todo vaya fluyendo. ¿A quién no le ha pasado algo así? Si leemos entre líneas estamos diciendo que el deseo no es imprescindible para tener un encuentro, que ni siquiera es lo primero que tiene que aparecer y de hecho en ese ejemplo, lo primero que llega es algo de excitación y a partir de ahí le pone la alfombra roja al deseo para pueda ir surgiendo.
Imagino a la doctora Basson tomando nota de todo esto y soltar un… ¡Eureka! ¡Ya lo tengo! ¡Las mujeres no tienen más problema que el hecho de querer funcionar como su pareja cuando simplemente el encuentro para ellas surge de otra forma!
Esto es muy interesante, y si abrimos nuestra mente y descartamos el viejo modelo de “tengo que tener ganas para”, es muy probable que esos momentos de intimidad se puedan propiciar y, en alguno de ellos, si estamos receptivas, surja algo que no teníamos previsto. Mi abuela decía “comer y rascar todo es empezar”, creo que también se puede añadir, ¡y desear! No siempre que comemos tenemos hambre, ni siquiera un cierto apetito, a veces solo es ¿por qué no? Claro que si te ponen algo rico por delante… una vez empiezas, la cosa cambia. A mí me pasa mucho con el postre, siempre me creo que ya estoy bien, no tengo ganas, pero como lo pruebe y me guste, parece que no he comido en tres días y ¡me acabo pidiendo uno entero para mí!
El antiguo modelo, que como digo es algo cultural y muy arraigado, explica en parte la poca frecuencia de encuentros que mantienen muchas parejas.
En próximos artículos seguimos desarrollando esta idea, quizás una de las más interesantes y que pueden llegar a cambiar la dinámica de nuestra vida sexual si conseguimos flexibilizar algunos esquemas obsoletos y aumentar la frecuencia de encuentros. Aunque esta forma de funcionar no es especifica de la mujeres y también hay hombres que encajan, veremos por qué les ocurre menos y suelen sentir más esas ganas previas, y por qué en parejas con una buena relación llena de momentos de intimidad de calidad no surgen estos encuentros o si surgen parecen más forzados.
Después de lo dicho vuelvo a dejar sobre la mesa la pregunta inicial… ¿de verdad hay que tener ganas y deseo para poder empezar un encuentro sexual? ¿Recordáis alguna relación que empezara sin esas ganas, o en un día malo que hubierais asegurado que no podía surgir nada y… qué maravilla después?
Begoña Ramos González
Psicóloga-Sexóloga en Aidé