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Cariño, te juro que es la primera vez que me pasa… (I)

Muchos son los miedos que rodean a la sexualidad, pero quizás el que genera más pavor entre los miembros masculinos de nuestra comunidad sea el temido «gatillazo».

Antes de nada creo que es interesante empezar por ciertas aclaraciones terminológicas. Cuando hablamos de “gatillazo” nos referimos a un fallo de erección puntual, normalmente supeditado a algo situacional. Cuando este se repite de forma habitual (al menos en el 25% de las ocasiones) pasaremos a hablar de problema de erección (también conocido como disfunción eréctil o la peyorativa y afortunadamente cada vez menos utilizada, impotencia).

Se calcula que alrededor del 50% de los hombres han sufrido en alguna ocasión un gatillazo, mientras que los problemas de erección tienen una incidencia media en la población masculina del 7%, cifra que aumenta con la edad. En un estudio realizado por el Doctor Martín Morales con una muestra de más de 2000 hombres entre 25 y 70 años, observó que hasta los 40 años la incidencia era de apenas un 4%, entre 40 y 50, de un 6,4% y a partir de aquí la incidencia se incrementaba de manera llamativa, llegando a más del 32 % entre los 60 y 70. Casi na!

Pero… ¡Que no panda el cúnico! Quiero decir, ¡que no cunda el pánico! Para ello, vamos a conocer un poco mejor este problema.

¿A qué se deben los problemas de erección? Pueden ser originados por factores orgánicos, psicológicos o por la combinación de ambos. Veamos algunos de ellos: (fuente: José Luis Arrondo)

Factores Orgánicos:

  • Causas vasculares (60-80%): hipertensión, diabetes, tabaquismo, hipercolesterolemia, arterioesclerosis…
  • Causas neurológicas: (10-20%): apnea del sueño, alzheimer, parkinson, esclerosis múltiple, lesiones medulares…
  • Otras causas (5-10%): secundaria a determinados fármacos, consumo alcohol y/o drogas, secuelas postquirúrgicas, alteraciones hormonales, traumatismos…

 

Factores Psicológicos:

  • Personalidad ansiosa
  • Inseguridad, baja autoestima
  • Experiencias sexuales negativas o traumáticas
  • Educación sexual escasa y/o incorrecta
  • Miedo al fracaso
  • Sentimientos de culpa
  • Estrés
  • Conflictos de pareja
  • Estado de ánimo bajo, depresión

 

Pero por encima de todos ellos y el que suele ser común denominador, incluso cuando hay causas orgánicas, es la ansiedad ante la relación sexual, especialmente el coito. Esta ansiedad puede darse por diferentes motivos.

  • Personalidades muy autoexigentes, que en el plano sexual pretenderán tener una buena erección y mantenida para satisfacer a su pareja.
  • Hombres inseguros o con miedo a no saber responder a las demandas de la pareja (no “dar la talla”), ya sea una demanda explícita (pareja exigente o demasiado pasiva) o implícita (pareja muy activa sexualmente o a la que hemos colocado en un pedestal).
  • Existencia de creencias y expectativas sobre cómo debe actuar un hombre en el terreno sexual (debe saber qué hacer y cómo en cada momento para dar placer a su pareja, debe ser “muy macho”…)
  • Situaciones de estrés, pérdidas, problemas familiares, de pareja…

 

Un desencadenante claro para la aparición de un problema de erección suele ser el primer “gatillazo”. Éste suele ser fortuito (unas copillas de más, cansancio, preocupaciones, es la primera vez con esta pareja sexual o la pareja sexual nos impone, pequeñas pérdidas de erección funcionales, propias de la correcta actividad erectiva…) y si en lugar de atribuirlo a alguna de estas circunstancias, lo achacamos a que tenemos un PROBLEMA, la sombra de la ansiedad aparecerá y planeará en nuestra mente de cara a un próximo encuentro sexual. Si esto es así, somos carne de cañón para que aparezca la disfunción.

La ansiedad es un mecanismo de afrontamiento de nuestro organismo ante un peligro potencial. Filogenéticamente este mecanismo está programado para aparecer en situaciones de riesgo vital, pero ocurre una peculiaridad a la que nuestra evolución no ha sabido dar respuesta: ¿qué pasa si la situación peligrosa no es de riesgo vital, sino de riesgo “psicólogico”? Lo que ocurre es lo mismo. Sea cual sea el estímulo que desencadena la señal de alerta (un atracador en un callejón oscuro, o quedar bien ante nuestra pareja sexual), nuestro cerebro interpreta ¡¡peligro!! y activa la respuesta de ansiedad. Esta respuesta es ideal para enfrentarnos a riesgos vitales reales, pues nos prepara para dar una respuesta de huida o lucha, pero nos hace un flaco favor ante situaciones “psicológicamente peligrosas”, puesto que ni nos vamos a pelear con nuestro cónyuge, ni vamos a salir corriendo (aunque más de uno se iría por patas de tener la oportunidad).

Cuando aparece la ansiedad, desaparecen o se minimizan otras respuestas de nuestro organismo ya que éste las considera secundarias (no olvidemos que nuestro cerebro cree que nos está salvando la vida). Algunas de estas respuestas que se desactivan son el sueño, el hambre, determinados procesos digestivos y la excitación. Si no hay excitación, no hay erección. Sí, reproducirse es importante, pero primero salva tu vida y ya te reproducirás después. Ésta es una de las razones por las que en un entorno sexual por más estimulante que éste resulte, si aparece la ansiedad, la excitación desaparecerá y con ella, la erección.

¿Cómo solemos responder en estas circunstancias? Centrándonos en el pene, en su funcionamiento, en evaluar si está convenientemente erecto o no. Y aquí aparece el siguiente fantasma… El rol del espectador: Atención atención!! Señoras y señores!! En la pista central… Bajo todos los focos…Mr Pene!!

En la próxima entrega de este blog profundizaremos algo más en este sentido y os daremos algunas posibles ideas para afrontar estos fantasmas.

Rebeca Lajos Rañó
Psicóloga-Sexóloga



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